Viernes de la Cuarta Semana de Cuaresma
Solemne Velación de la Consagrada Imagen de Jesús Nazareno de la Caída
Aldea San Bartolomé Becerra, La Antigua Guatemala
04 de Abril 2014
"Ciudad Celestial de Jerusalén, esposa del Divino Cordero"
Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me
mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La
gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las
perlas, como una piedra de jaspe cristalino. Estaba rodeada por una muralla de
gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas había doce ángeles y estaban
escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Tres puertas miraban al
este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste. La muralla de la
Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía el nombre de
uno de los doce Apóstoles del Cordero.
El que me estaba hablando tenía una vara de oro para medir
la Ciudad, sus puertas y su muralla. La Ciudad era cuadrangular: tenía la misma
medida de largo que de ancho. Con la vara midió la Ciudad: tenía dos mil
doscientos kilómetros de largo, de ancho y de alto. Luego midió la muralla:
tenía setenta y dos metros, según la medida humana que utilizaba el Ángel. La
muralla había sido construida con jaspe, y la Ciudad con oro puro, semejante al
cristal purificado. Los cimientos de la muralla estaban adornados con toda
clase de piedras preciosas: el primer cimiento era de jaspe, el segundo de
zafiro, el tercero de ágata, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónix, el
sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de
topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto y el duodécimo de
amatista. Las doce puertas eran doce perlas y cada puerta estaba hecha con una
perla enteriza. La plaza de la Ciudad era de oro puro, transparente como el
cristal. No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios
todopoderoso y el Cordero. Y la Ciudad no necesita la luz del sol ni de la
luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero. Las
naciones caminarán a su luz y los reyes de la tierra le ofrecerán sus tesoros. Sus
puertas no se cerrarán durante el día y no existirá la noche en ella. Se le
entregará la riqueza y el esplendor de las naciones. Nada impuro podrá entrar
en ella, ni tampoco entrarán los que hayan practicado la abominación y el
engaño. Únicamente podrán entrar los que estén inscritos en el Libro de la Vida
del Cordero.
Apocalipsis de San Juan 21, 10-27
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