Sábado de la Séptima Semana del Tiempo Ordinario
Solemne Velación de la Venerada Imagen de la Santísima Virgen de Dolores "Madre de nuestro Salvador"
Aldea Santa Catalina Bobadilla, La Antigua Guatemala
25 de Febrero 2017
Y a ti misma una espada te atravesará el alma
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la
purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está
escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También
debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como
ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que
era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba
en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido
por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño
para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos
y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en
paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu
pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir
de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño
será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se
manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de
Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su
juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había
permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo
momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los
que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor,
volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se
fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Evangelio según San
Lucas 2, 22-40
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