Miércoles Santo
Solemne Procesión de las Consagradas Imágenes de Jesús Nazareno del Milagro
y Santísima Virgen de Dolores
Santuario del Apóstol San Felipe de Jesús, La Antigua Guatemala
23 de Marzo 2016
Porque el salario del pecado es la muerte
Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el
mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres,
porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la
Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la
muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado,
cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía
venir.
Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la
falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don
conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho
más abundantemente sobre todos. Tampoco se puede comparar ese don con las
consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de
condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a
la justificación después de muchas faltas. En efecto, si por la falta de uno
solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un
solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y
el don de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la
condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para
todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera
que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores,
también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.
Es verdad que la Ley entró para que se multiplicaran las
transgresiones, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Porque así
como el pecado reinó produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio
de la justicia para la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.
Carta del apóstol San Pablo a los Romanos 5, 12-21
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